"Individualista a ultranza y ajeno a los clichés, Frank Lloyd Wright (1867-1959) encaró cada proyecto como si fuera el primero y el único. No militó en el movimiento moderno, pero nos legó un puñado de iconos del siglo XX, como la Casa de la Cascada (1939) y el Museo Guggenheim de Nueva York (1959). Su obra trascendió más allá de lo que muchos nunca creyeron, y el tiempo le dio la razón."
El legado de Frank Lloyd Wright comprende 679 edificios proyectados a lo largo de sus 72 años de vida profesional. Pero si hay uno que destaca por encima de los demás, es la Casa de la Cascada (Fallingwater), terminada en 1939. Situada en medio del bosque de Pennsylvania, la Casa de la Cascada es un buen ejemplo de cómo el arquitecto prefería hacer caso a sus instintos antes de seguir las pautas que marcaban la época. Se enemistó con la persona que le hizo el encargo, el empresario Edgar J. Kaufmann, se ganó el escepticismo de sus contemporáneos, pero consiguió firmar una de las obras más bellas de la arquitectura moderna.
Otro de sus edificios fetiche es el Museo Guggenheim de Nueva York. Su construcción también se vio envuelta en la polémica. Solomon R. Guggenheim no sabía a quién encargarle el museo, así que le pidió consejo a su amiga, la baronesa Hilla von Rebay. Ella eligió a Wright porque era el arquitecto más famoso del momento, sin saber que su decisión crearía tanta animadversión. El edificio que diseñó Wright entusiasmó al cliente, pero recibió críticas muy duras por parte del mundo artístico y de la opinión pública. Finalmente, el edificio se inauguró el 21 de octubre de 1959, seis meses después de la muerte del arquitecto.
La aportación de Frank Lloyd Wright al mundo del diseño también merece una mención. Cada pieza es un importante testimonio de su incesante búsqueda de un mundo poético sin límites de espacio. Diseñó la silla Coonley en 1907 y la mesa Taliesin en 1925. La silla Barrel, creada en 1937, retoma las formas de una primera silla de tubo de 1904 y hay quien la considera una pieza de arquitectura.